El genio Maradona ya da ‘Gracias a la pelota’
Diego Armando Maradona, el ‘Pelusa’, nació en una barriada de Lanús (Argentina) en 1960 y falleció, apenas seis décadas después, siendo un Dios del fútbol, un genio, para algunos el mejor jugador de la historia, para dar ‘Gracias a la pelota’ desde su lugar de descanso y poner fin a una vida de excesos, fuera de los terrenos de juego, y de genialidades en el verde.
Entrevistándose a sí mismo, en su programa ‘La noche del Diez’, aseguró que en su lápida diría: ‘Gracias a la pelota’. Gracias a ella, Maradona brilló. Con ella, disfrutó e hizo disfrutar. Sin ella, se fue marchitando por sus otras adicciones, mucho más letales que dar patadas a un balón, sobreviviendo a situaciones límite hasta hoy 25 de noviembre.
Se va un futbolista que no dejó indiferente a nadie. Protagonizó disputas personales, se encaró con varios rivales, y hasta creó una que pudo ser eterna con Pelé, astro brasileño con quien se discutía el ser el mejor de la historia. La rivalidad entre Maradona y Pelé sobrepasó la de Argentina y Brasil, aunque hubo paz últimamente y Pelé, como uno más, lloró la muerte de Diego: “Un día jugaremos juntos en el cielo, amigo”, le dedicó ‘O Rei’, de 80 años.
En los terrenos de juego, donde la palabra de Maradona era su bota zurda, ahí sí que habló. Suya fue, no obstante, ‘la mano de Dios’. El que puede ser gol más importante de su carrera, el que permitió acabar levantando el Mundial de México ’86 a Argentina, el segundo tras el de 1978 en casa y el último, lo convirtió “un poco con la cabeza y un poco con la mano de Dios”.
Esas fueron sus propias palabras. Una mano y un gol, en cuartos ante Inglaterra, clave para llegar a la final y batir a una Alemania que, en la cita de Italia en 1990, se tomaría la revancha en la reedición de aquella final.
Rarezas que son heroicidades, pillería argentina de chico de barrio que terminó por ser encumbrado al olimpo futbolístico. Querido y admirado, envidiado y odiado al mismo tiempo por otros, marcó más de 150 goles en algo más de 300 partidos en ligas importantes como la Serie A italiana, siendo Nápoles su segunda casa, o en la Liga española, donde brilló y marcó una breve época en el FC Barcelona y jugó también en el Sevilla FC.
Los ‘Ratones Paranoicos’, banda de rock de su país, le dedicaron una canción, que bien podría ser un himno, un mandamiento para sus religiosos, un llamamiento a poder ‘ver al Diego para siempre’. Ya no podrán verlo en directo, sí en infinidad de vídeos. En Argentina llorarán al héroe del Mundial ’86, y en Nápoles se le verá para la eternidad en sus altares callejeros con sus dos ‘Scudettos’
En Barcelona, muchos le seguirán citando cuando quieran ver en él al original de una versión actualizada y mejorada, Leo Messi. Si Maradona fue genio hasta la sepultura, Messi va por el camino. Lleva el ’10’, como Diego, es zurdo, como el ‘Pelusa’, y es extraordinario, como Maradona. Ambos pasaron por Newell’s. En todo eso se parecen, sí. Y, además, son queridos y admirados en todo el mundo, no sólo en su Argentina natal.
Pero es el ‘Pelusa’ quien encarnó la historia más gloriosa del fútbol argentino, saltando de ser pobre como el que más a millonario exuberante e incontrolado como pocos, en una tierra ‘enferma’ de fútbol que vive por sus iconos y donde no supo controlar su vida. Nadie le llevó a buen puerto y él, siendo su capitán, se hizo naufragar entre excentricidades y salidas de tono.
Nacido el 30 de octubre de 1960 en un suburbio de Lanús, en Buenos Aires, como el quinto hijo de un obrero, Maradona creció en Villa Fiorito, un asentamiento muy humilde. Su carrera comenzó en Argentinos Juniors y luego brilló en Boca, Barcelona y Nápoles. También sumó pasos por Sevilla y Newell’s Old Boys. Ahí puso su magia al servicio de la gente. Ahí dejó huella.
Fue un delantero atípico, capaz de jugar también en la mediapunta. Bajo y escurridizo, aunque fuerte como para aguantar al rival, pese a todo. Magia pura con el balón pegado a los pies, como con cola. Goles de todo tipo, con trucos sacados de su chistera. Fue mago antes que Dios.
Como técnico, no pudo más que vivir del nombre y apellido. Su carrera en los banquillos no tuvo gloria. Mandiyú, Racing Club y hasta el día de su muerte Gimnasia de La Plata fueron sus clubes dirigidos en Argentina. En los Emiratos Árabes Unidos dirigió a Al-Wasl y Al-Fujairah, y en México tuvo su etapa más longeva, 38 partidos, a los mandos de Dorados de Sinaloa.
Pero fue con Argentina donde tuvo el trono más prestigioso, acudió a Sudáfrica en 2010 a comerse el mundo pero ese Mundial, que hubiera sido su doblete y donde cayeron en cuartos –ante Alemania, curiosidades del destino–, se lo llevó España.
Pero la luz de la fama, la que sí tuvo como jugador, atrae a las sombras, y con sus éxitos y halagos recibidos le llegaron también el dopaje y los vicios, y años de adicción a la cocaína clausuraron una carrera singular que lo colocó en el altar de los mejores jugadores de la historia, donde sin duda está y estará.
Las drogas lo tuvieron al borde de la muerte y, ahora que le ha llegado su hora, con cuadro de abstinencia incluido, ya puede escribir en su lápida: ‘Gracias a la pelota’. Aunque el mundo del fútbol dirá; ‘Gracias a vos, Diego’.
AgenciaUno/EP